dilluns, 1 d’agost del 2016

El calor, una rara esperanza, d'Ana Maria Matute


La veu de l'estiu per Manola Roig
El agua es la voz del verano diu Ana Maria Matute, i jabeu com m'agrada l’escriptora de contes breus i contes-novel·la, que usà la paraula per protegir-se del món; una xiqueta que es refugià en la part més confusa de la realitat per fugir del seu quequejar, el que li provocava tant de dolor. Els 30 graus constants d’ahir, em recordaren un dels seus textos, publicat al volum de contes complets, La puerta de la luna. Si voleu saber perquè la calor ens alenteix, paseja éssers amagats, ens converteix en pausa i en una rara esperança heu de llegir el seu text, abans o després de regar els vostres geranis i la vostra menta. Escolteu l’aigua, la veu de l’estiu segons la guspirejant Matute.



El calor

Ana Maria Matute


El calor tiene el poder de cambiarlo todo. Cuando el calor llega definitivamente al campo o a la ciudad, parece como si una ola de improvisación, de transitoriedad, alterara todas las cosas. Poco a poco o bruscamente, el calor invade las calles, los solares, los campos. Se seca la tierra, brota el polvo, el asfalto se ablanda y marca las huellas de los pasos con un negro y pegajoso olor a alquitrán, como un raro deseo del suelo de retenernos, de sumirnos en la gran pereza del sol. EL calor, el grande y terrible resplandor del calor, se introduce por ventanas cerradas, por rendijas: incluso parece penetrar a través de las paredes. Estalla allí arriba, en el cielo siempre ancho del verano, con su deslumbrante fuego blanco.

El calor lo retrasa todo y a todos..[…]..Hace un tiempo que descubrí esos seres que, al igual que ciertos animales, viven durante nueve meses del año esperando que por fin llegue el gran calor. El calor es su tiempo bueno, su paraiso. No sólo para los mendigos o las gentes del camino, y para los vendedores ambulantes, sino para todo ser cuya batalla cotidiana se temple al aire libre, al frio acerado del invierno, día tras día, y que espera desentumecerse como tras un largo letargo en l que sueña, se adormece y, podría decirse, sufre insensiblemente. El verano abre sus puertas de oro excesivo y la gente que no vímos, o no supimos ver, afluyrn a la calle, como los corchos a la superfície del agua…[…] Desde los viejos que suspiran por un rayo de sol, a los niños que se desnudan, a los anomales que se zambullen en las charcas.Los sonidos adquieren una calidad distinta, algo cómo una cercanía, una extraña proximidad…[…]la música, las voces en los grandes patios de las gentes que viven en vecindad. La gran sequedad de esos patios se inunda de esa vida, de ese color a menta y geranios recien regados, de palabras, de grifos, de compartida soledad. Y también en las calles silenciosas y limpias, en los jardines, brota el olor de las regaderas. El agua triunfa, triunfa siempre, con su olor sensual, vivo, encima de la tierra. El agua es la voz del verano.


Del mismo modo que en tiempos de guerra la vida de las gentes de las ciudades adquiere un punto de ácida alegría, de apresurada, precaria y patética alegría —de anormal e improvisada vida en suma—, algo parecido ocurre con el verano: como una rara esperanza de sobrellevar la dureza, el cansancio, la lucha. Como si una voz dijese: “Cuando pase el calor, ya veremos…”Porque el calor del verano también da a lo cotidiano una improvisación, un aire de gran paréntesis. De descanso, tal vez. En el mismo cansancio del calor, ese paréntesis es la pausa que toda la vida pide, necesita, sueña, a lo largo del camino.




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